La mirada de la luna (Relato fantasía reflexiva)



La luna brillaba en la oscuridad de la noche, iluminando con su luz a una chica que se encontraba asomada a su ventana. La joven fumaba un cigarrillo y el humo salía por sus labios. A pesar de que parecía estar observando la luna, eso estaba muy lejos de ser verdad; se encontraba absorta en sus propios pensamientos.

¿Qué podría estar pensando una chica joven ,que fuma un cigarrillo, asomada a la ventana? Esa es una muy buena pregunta, una para la que la luna no tenía respuesta. Solo se limitaba a tratar de iluminarla con sus reconfortantes rayos de luz blanquecina.

A la luna le gustaría poder conocer a esa chica, a quien era incapaz de atraer su atención por más que lo intentara. Aunque los humanos no lo sabían, la luna también tenía su propia alma, y le gustaba que la observaran con asombro. Tener a una humana que, a pesar de llevar rato en la ventana, ni siquiera le había dedicado el más mínimo vistazo, era difícil para ella.

Aunque esa joven solo fue la primera de muchos humanos que dejaron de contemplar la luna como antaño lo hacían. Eso despertaba miles de preguntas en la joven luna, o quizá no tan joven, pues, aunque su mente permanecía intacta, en realidad llevaba millones de años contemplando la Tierra.

La luna había visto cómo la vida surgía en la Tierra, cómo de no haber ningún ser vivo terminó por estar llena de ellos, cada uno llevando su existencia como mejor podía. Vio cómo la Tierra se llenaba de reptiles gigantescos que conocieron su fin cuando un poderoso meteorito chocó contra el suelo, provocando una polvareda que hizo imposible que sus rayos llegaran hasta ellos, de la misma manera que su compañero, el sol, tampoco consiguió darles luz y calor.

No sería hasta bastante tiempo después cuando aparecieron los humanos, creando grandes construcciones llenas de belleza, pero también tiempos de gran destrucción. Para la luna eran todo un misterio: seres capaces tanto de crear como de destruir. Cualidades que los hacían ver maravillosos y monstruosos al mismo tiempo.

Desde su posición, la luna se encontraba a salvo de la destrucción humana; aun así, era testigo silencioso de sus fracasos y éxitos. Y los fracasos le generaban un profundo pesar.

Los humanos habían vivido tiempos en los que sus miradas no dejaban de subir hacia el cielo, observando las estrellas y a la misma luna con asombro. No obstante, ahora muchos habían dejado de mirar hacia arriba. Habían dejado de soñar, y la naturaleza que antes los rodeaba había sido sustituida por tecnología y creaciones humanas.

Con el tiempo, la luna descubriría la razón por la que nadie miraba al cielo: las cosas no iban bien en la Tierra. Los lugares de esplendor degenerarían en sitios de pobreza y suciedad. Las gentes alegres que solía ver ahora caminaban cabizbajas, demasiado centradas en sus problemas como para mirar hacia el cielo y atreverse a soñar.

Y un día sucedió. Grandes explosiones sacudieron las ciudades y lo arrasaron todo a su paso. Lo que antes ocurrió con los grandes lagartos del pasado terminaría sucediendo también con los humanos. Solo que esta vez no fueron meteoritos provenientes del exterior, sino los propios humanos quienes, con su tecnología, terminaron repitiendo el mismo destino.

Otra vez, la Tierra quedó envuelta en un sombrío silencio. Los lugares gigantescos que habían construido se redujeron a escombros, y la vida sufrió los daños colaterales de las grandes explosiones.

Pero, como ya había sucedido antes, tras ese momento de horror absoluto, lleno de destrucción y muerte, la vida volvió a surgir. Nuevas especies tomaron el lugar de las ya extintas y, para sorpresa de la luna, los humanos demostraron ser más resistentes que los grandes lagartos del pasado. Los humanos aún no se habían extinguido del todo.

Seguían ahí. Primero fueron pocos, y luego muchos más. Una historia que se repetía. Un nuevo ciclo de la vida. Una nueva oportunidad para que los humanos hicieran mejor las cosas y no repitieran los errores de sus antepasados.

En ese momento, fue la luna quien soñó por primera vez. Un sueño en el que los humanos prevalecían y lograban vivir de una manera en la que antes no habían sido capaces. Un sueño en el que ella dejaba de ser solo una testigo silenciosa y podía bajar a aquel mundo que tanto observaba con fascinación.

Un sueño en el que ella misma se convertía en la guía de los humanos para asegurarse de que no repitieran los errores del pasado. Un sueño que parecía tan distante como aquel que muchos humanos habían tenido antaño: viajar a las estrellas.


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